En 2018, más de 3.000 adolescentes fueron atendidos en centros públicos de salud tras ataques sexuales o agresiones de sus parejas. Las mujeres son las más afectadas.
Si son conductas que van en aumento o si, en cambio, se han podido controlar, es difícil de saber por ahora. Eso, pues por primera vez se cuenta con un registro de atención de víctimas adolescentes de agresiones sexuales o que han sufrido violencia física de parte de sus parejas. Y la cifra da cuenta de una preocupante realidad: más de 3.000 menores de 19 años fueron atendidos en 2018 en centros públicos de salud por alguna de estas causales.
Según explica la subsecretaria de Salud Pública del Minsal, Paula Daza, las propias víctimas llevaron a crear el catastro: “Las unidades de urgencia, principalmente, comenzaron a enfrentarse con casos de adolescentes que eran víctimas de violencia sexual o de sus parejas. Y, por otro lado, los jóvenes que participan en los consejos consultivos de las seremis de Salud, a lo largo del país, comenzaron a levantar este tema. Con esos dos antecedentes, se decidió en 2018 registrar de manera rigurosa el tema”.
El catastro revela que un total de 3.270 jóvenes, de entre 10 y 19 años, resultaron víctimas de violencia en el pololeo y/o violencia sexual en 2018.
De ellos, 1.113 jóvenes -348 hombres y 765 mujeres- reportaron agresiones importantes de sus pololos o parejas; es decir, un 69% de las víctimas fueron mujeres. Mientras, otros 2.157 jóvenes declararon haber sufrido agresiones sexuales y requirieron de un control de salud, de los cuales 269 fueron hombres y 1.888 mujeres.
Las cifras del sistema público dan cuenta de la realidad que viven los menores de 19 años en sus relaciones de pareja y cuya visibilización ha permitido que más adolescentes se atrevan a denunciar y a buscar ayuda. Esto, a la vez, ha llevado a las autoridades a generar políticas para enfrentarlas, como el proyecto de ley que sanciona la violencia en el pololeo.
Paola Ciocca, médico de la Unidad de Salud Adolescente del Hospital Sótero del Río, explica que en los controles de salud de estos se hayan integrado preguntas más directas para ahondar en su realidad sexual y social, a objeto de poder detectar situaciones anómalas y guiarlos en el abordaje de estas materias: “Uno busca la forma de tocar el tema, no sale de forma espontánea. Ya no se pregunta, como antes, si tiene pololo o qué tipo de método anticonceptivo usa, sino también cómo es su relación de pareja, si tiene título de pololeo o no, si hay violencia en esa relación y, si la hay, de qué tipo. Se está visibilizando la necesidad de profundizar en esto y de preguntarse cómo están”.
Anita Román, presidenta del Colegio de Matronas, destaca que históricamente su especialidad ha atendido a mujeres víctimas de violencia, pero que en años recientes se ha hecho más recurrente entre jóvenes. Al respecto, acota que el consumo de alcohol y drogas en los jóvenes, que también va al alza, “ha incidido en conductas y relaciones poco respetuosas”. Añadió que “las matronas hemos visto que en fiestas masivas de inicios de año universitario, por ejemplo, se da mucha agresión entre parejas”.
Mariana Madariaga, directora de la ONG Parejas Sin Violencia, destaca que “estas cifras revelan una realidad que estamos viendo hace tres años. Los jóvenes normalizan estas situaciones. Hay una tendencia a creer que el otro, al ser mi pareja, me pertenece y es algo de mi propiedad y yo puedo ejercer fuerza y violencia. El problema es que los jóvenes creen que es algo normal, porque lo ven en las teleseries, en la música, y han crecido con estos estereotipos”.
Pero ¿qué hace a un adolescente ser violento? Ciocca explica que existen factores de riesgo en los círculos familiares o sociales que inciden. “La percepción de normalidad respecto de agredir, burlar o insultar es un factor de riesgo; también tener conductas agresivas con pares del mismo sexo, síntomas depresivos o patologías asociadas a síntomas ansiosos”. Asimismo, agrega que “quienes han sido testigos o víctimas de violencia desde la infancia, donde está normalizado ese trato, son grupos de riesgo de ser víctimas o victimarios y de involucrarse en una relación no sana, donde, por falta de habilidades, terminan resolviendo sus diferencias o inseguridades con agresividad”.
Los expertos coinciden en que se debe abordar en forma multisectorial este fenómeno y tomarse medidas, especialmente considerando que se trata de una realidad que los jóvenes suelen callar y que pueden poner en jaque su futuro. Para Ana Marina Briceño, siquiatra infanto-juvenil del Centro de Adolescencia de la Clínica Alemana, “la violencia sexual en el pololeo siempre se ha dado.
Pero es difícil decir si es frecuente o no, porque no tenemos cifras y no es la generalidad. El gran problema es que no es algo que se hable, muchas veces las niñas lo ocultan por vergüenza. Hay mucho desconocimiento de lo que podría estar ocurriendo”.
Andrea Huneeus, directora de la Sociedad Chilena de Ginecología Infantil y de la Adolescencia, planteó que es importante educar sobre estas conductas desde la infancia. “Una víctima de violencia física y sexual está en tal estrés psicológico que no se atreve a denunciarlo ni a pedir ayuda. Por eso, es importante abordarlo como parte de una educación sexual y también en la educación general, básica, para que los jóvenes adquieran un vocabulario sobre estas materias”. La experta agrega que la idea es entregarles herramientas que les permitan “identificar estas conductas antes de exponerse, para que, de ocurrirles, sepan abordarlas, pedir ayuda. En caso contrario, quedan inmovilizados, con un daño psicológico que les impide pedir ayuda. Entonces, es necesario generar un vocabulario mental de que esto es una conducta que se prohíbe en las relaciones de pareja, incluso antes de que tengan una”.
Para Lorena Fries, presidenta de la Corporación Humanas, estas cifras, aunque parciales, son útiles para visibilizar una realidad, pero faltan “cifras integradas que permitan establecer la prevalencia del tema y generar políticas públicas y marcos regulatorios.