Los consejos llegaron por montones y se abrió un hilo en el que mujeres de distintas edades respondían a su inquietud. “Si estás caminando detrás de una mujer en una calle poco iluminada, cruza a la vereda de al frente donde te podamos ver”, respondió una. “Suena tonto, pero ser ruidosos. Si estás caminando detrás de una mujer y no te puede ver, haz ruido para que sepa que no estás siendo sigiloso. Agarra tu celular y ponte a hablar con alguien, así te escuchamos y sabemos a qué distancia estás”, respondió otra. “Anda a dejar a tus amigas a la casa por más que el camino parezca seguro. Y habla de esto con tus amigos hombres”, fue una tercera respuesta. “Levanta la voz si vez que una mujer está siendo intimidada o amenazada. Sigue preguntando y aprendiendo. Y anima a tus amigos y tus hijos para que hagan lo mismo”, fue una cuarta. Todas respuestas que dieron cuenta, más que de las acciones que puedan asumir los hombres y que ciertamente aportarían, del profundo miedo que seguimos sintiendo las mujeres cada vez que caminamos solas en la calle.
Al igual que este hilo abierto en Twitter, es mucho lo que se ha tematizado y visibilizado que antes no se conversaba. Pero las cifras revelan que aun falta mucho por derribar un sistema altamente patriarcal en el que se valida la violencia hacia las mujeres. En este momento de inflexión, ¿qué pueden hacer los hombres?
Miguel Lorente, médico forense español especialista en violencia de género, explica que lo que genera la percepción de amenaza en las mujeres no es ni la oscuridad ni la soledad; son los hombres. Y hay que decirlo así, aunque en teoría lo sepamos, porque no podemos pensar que estos hechos ocurren por factores circunstanciales. Ocurren porque hay una cultura en el que el agresor siente que se puede desenvolver libremente. “Cuando la mujer está sola, esa soledad la percibe como un posible riesgo. Si llega una hombre, esa compañía se traduce en amenaza. Y no sienten riesgo y amenaza porque sean imaginativas, sino que porque la realidad nos muestra que esas son las situaciones en las que se llevan a cabo las agresiones sexuales. La manera de solventar esto, entonces, podría parecer fácil; si la soledad genera riesgo, la manera de abordarlo sería mediante la compañía. Y si la compañía genera amenaza, la manera de romper eso sería con la empatía. Pero eso no es así. Lo que genera la percepción de riesgo y amenaza en realidad son las circunstancias que genera el hombre. No son la noche ni la soledad. Porque si en ese mismo escenario apareciera otra mujer, ninguna sentiría miedo”, explica.
Lo que se produce a solas en una calle oscura, según señala el especialista, es lo que luego los hombres conversan entre risas y tallas por Whatsapp, en un bar y en las películas porno. “Es todo lo que normalizamos y consideramos parte fundamental de nuestra masculinidad y hombría. Pero eso es lo que tenemos que cuestionar todos los días. Porque si lo dejamos a la excepcionalidad o circunstancias muy concretas, quizás logremos cambios parches, pero no cambiaremos la realidad que da lugar a que esta violencia ocurra”, explica.
Como explica la abogada de Corporación Humanas, Camila Maturana, es clave considerar que ese miedo que enfrentamos y sentimos las mujeres, niñas, adolescentes y disidencias sexuales en la calle y en espacios públicos es producto de la enseñanza que recibimos, que refuerza los estereotipos de género tradicionales que postulan que el espacio público le pertenece al hombre y el privado a la mujer. En ese sentido, la calle no es nuestra. “Bajo esa misma lógica, también se nos enseña que tenemos que evitar y prevenir que nos ocurran esos delitos, más que enseñar que hay que dejar de cometerlos. Desde chicas nos dicen que no salgamos de tal forma, y que hay ámbitos para hombres y otros para mujeres. Para estar seguras, nosotras tenemos que estar en casa”.
Pero eso tampoco es cierto. Si hay algo que se evidenció en la pandemia es que las mujeres estamos en riesgo constante en todos los espacios, porque la violencia de género es cometida principalmente por cercanos; parejas, ex parejas y familiares. “En estos momentos, lo más importante es avanzar hacia una cultura de no violencia hacia las mujeres, que involucre a toda la sociedad, incluyendo a los hombres. Si la violencia de género es una manifestación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, evidentemente para disminuir y erradicarla, esas relaciones asimétricas deben ser deconstruidas y reemplazadas por relaciones igualitarias y de respeto”, explica. “Para ello se requiere el involucramiento y el cuestionamiento constante de los hombres y de sus privilegios”.
Así mismo, Lorente plantea que lo que hay que cuestionar es la situación que se genera con la presencia de los hombres. “En eso es fundamental, que no es tanto, la idea de que los hombres le estemos preguntando a las mujeres y que ellas nos digan, en cada momento, qué hacer. Primero porque tenemos que respetar su decisión de si quieren ir solas o acompañadas por nosotros. Quizás quieren ir acompañadas de amigas”, postula. “Pero también porque es clave que los hombres nos vayamos posicionando en cada momento frente a esta realidad que condiciona la vida de las mujeres, porque hoy todavía se dicen cosas como ‘estos no son lugares para ustedes’ o ‘estas no son horas para mujeres’. Esos lugares y horas no son para la mujer porque los hombres actuamos en contra de ellas, poniéndoles límites a partir de los cuales, si se produce una agresión, tenemos la posibilidad de responsabilizarlas por haber transgredido esos límites”.
Publicación Revista Paula