En una entrevista publicada en el medio español El País en junio del año pasado, la autora estadounidense y Premio Princesa de Asturias de las Letras (2019), Siri Hustvedt, explica que para cada movimiento social que se consolida y agarra mayor fuerza en un momento determinado de la historia –en este caso en particular, el feminismo– siempre existe una contra respuesta o un movimiento contrario que se resiste a los cambios. Es, como dice ella, lo que se vio en España con la subida del partido de ultraderecha, Vox, y lo que se vio en Estados Unidos con el triunfo de Trump, un presidente que representa al sector reaccionario del país que estaba y sigue estando indignado con los avances logrados por la mujer. Por eso, como desarrolla en la entrevista, se vuelve tan importante señalar y no dejar pasar los actos propios de esa resistencia, dentro de los que hay comentarios ofensivos, denigrantes, que pasan por chistes o burlas ‘ligeras e inofensivas’ y otros micromachismos a ratos difíciles de detectar. Ejemplo de esto, decirle a una mujer ‘no te metas, estos no son temas de mujeres’, ‘no entiendes de lo que estamos hablando’ o ‘la cocina está por allá’. “Hay una tendencia a pensar que no importa, que es un imbécil y que es mejor dejar pasar sin decir nada. Pero esas múltiples pequeñas ofensas se van sumando, y crean un daño profundo”, plantea en la entrevista.
Y es que efectivamente, al igual que el humor sexista –definido por Amnistía Internacional como una forma de violencia de género sutil y poco explícita, pero igualmente peligrosa– los comentarios denigrantes y las pequeñas ofensas son de las formas menos evidentes de misoginia y violencia de género, y dejarlas pasar solo sirve para reforzar y reproducir la violencia hacia la mujer y los cuerpos feminizados a través de una trivialización (así lo logra el humor) del problema. Porque sí, parecen ser comentarios inocuos, pero son igualmente un dispositivo de control y el daño que generan –cuando son reiterados y constantes– es enorme.
Como explica la socióloga de Corporación Humanas, Pía Guerra, hay que partir de la premisa que el lenguaje crea realidades y que, por ende, no se trata únicamente de dichos, comentarios o bromas, sino que de cómo a través del lenguaje objetivamos la realidad. “Con las pequeñas ofensas lo que se hace es invalidar y denigrar a la mujer y a su vez legitimar y perpetuar una estructura de dominación. Y esto se logra tanto a través de la acción como de la inacción. Por eso es tan importante reaccionar frente a estos comentarios”, explica. “Que la comunidad que está presente en ese momento no se haga responsable de ese problema –que, como todo problema, no es individual sino que social y público– implica que se legitime aun más la posición de poder del hombre blanco. Es decir, la inacción frente a estas situaciones es una forma de legitimar la estructura de poder”.