Violencia física y sicológica, control de sus vidas sexuales, malas condiciones de habitabilidad y programas de reinserción fallidos, son algunas de sus denuncias que realizan en el marco de la huelga feminista. En esta jornada ellas también estarán presentes.

Ayer se celebró el Día de la Mujer en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín. En los pabellones se escuchaba a Quique Neira cantando “Armonía de amor”, pero el ambiente festivo se terminaba cuando las mujeres comenzaban a relatar sus demandas para este 8 de marzo.

Francisca tiene 28 años, es extranjera y fue condenada por narcotráfico. Cuando cruzó la frontera para buscar un futuro laboral en Chile dejó atrás a un hijo de tres años. Mamá soltera, al igual que su madre y su abuela, se sintió tentada ante la promesa del dinero y el amor que la arrastró al narcotráfico. Hoy cumple una condena de 10 años, se mira las manos que mantiene unidas sobre sus piernas, jamás sube la mirada y cuenta, “Lo más terrible es la soledad, extraño mucho a mi hijito. Tampoco puedo pensar en la libertad condicional porque no tengo donde llegar y nadie me va a dar trabajo con los papeles manchados. He pensado en pedir traslado para estar cerca de él, pero necesito un abogado o esperar algunos años que mis papeles los tomen en cuenta en la oficina de la cárcel. La vida acá es dura, sobre todo cuando eres extranjera, algunas gendarmes te maltratan o simplemente hacen como que no existes. Pero la mayoría somos mamás solteras que caímos porque necesitábamos dinero”.

La mayoría de las mujeres que hoy cumplen condena en Chile los hacen por narcotráfico o robo. Cerca del 96% de ellas son madres con un promedio de 3 a 4 hijos, de acuerdo a Gendarmería. A diferencia de los hombres que en su mayoría están vinculados a delitos violentos como homicidios y violaciones, son mujeres que salieron a la calle en búsqueda de oportunidades que la vida les negó. Todas comparten una misma condición: son pobres excluidas del sistema laboral.

De acuerdo la ONG LEASUR “a estas mujeres no solo se les priva de su libertad. Se las condena a una cárcel con condiciones denigrantes y precarias, en términos de habitabilidad, acceso a agua, salud (física y mental) y alimentación. Encontrándose expuestas a la violencia sexual, física y psicosocial que implica estar encarceladas, custodiadas por funcionarios de Gendarmería, y bajo constante presión social”.

Isabel tiene 55 años y conoce bastante bien el sistema penitenciario. Acusa el trato vejatorio que históricamente sufren tanto las internas como sus familias, “a nuestras visitas las hacen sacarse los sostenes si tienen un poco de relleno. Las gendarmes mayores las obligan a bajarse los calzones y hacer sentadilla. En la Peni, te pueden pedir abrir las piernas y mostrar frente a un espejo la vagina. Esto también ocurre en los allanamientos, las gendarmes se dejan caer de sorpresa, eligen a cualquiera, y las obligan a abrir el ano, eso nos hace sentir mucha rabia y vergüenza”.

La violación a sus derechos sexuales y reproductivos también es algo cotidiano. Las mujeres experimentan un control muy distinto al que viven los hombres en las cárceles de Chile, donde incluso se han denunciado redes de prostitución. “Nosotras para acceder a una visita conyugal debemos tener buena o muy buena conducta, el problema es que acá te castigan por todo, pero además para acceder a los venusterios te exigen demostrar una pareja estable, y si hay un cambio, tienes que esperar un tiempo e informar a Gendarmería, esto jamás pasa con los hombres, que
hacen lo que quieren en sus camaros.”, asegura Isabel.

Para la ONG LEASUR la lucha feminista del último tiempo ha logrado “visibilizar la violencia y abuso ejercidos hacia nosotras. Sin embargo, es necesario que también nos cuestionemos el uso del poder punitivo y de la cárcel, que atenta fuertemente contra aquellas mujeres, que hoy se encuentran encarceladas, y que han sido víctimas de opresión y sometimiento. ¿Es un buen aliado, el sistema punitivo? Actualmente, la cárcel continúa replicando modalidades de violencia de género, ejercidas y toleradas por el Estado”.

En la cárcel de San Joaquín las internas comparten una habitación entre cincuenta mujeres. Cuentan con solo un lavamanos en funcionamiento, y en los baños abundan las cucarachas por aguas estancadas ante instalaciones defectuosas. Para lavar, cuentan con una lavadora para más de cien internas. Si quieren comunicarse con sus familias, pueden realizar un llamado telefónico al mes, situación que es crítica porque la mayoría de ellas pues tienen hijos en el exterior. “Nos castigan si nos pillan con celulares, pero si tengo que arriesgar mi integridad para saber de mi familia no me importa, soy extranjera y no tengo nada más que a ellos”, señala Carla de 31 años.
Juana tiene 50 años y vive en el pabellón de las cristianas, “Allí todo es muy distinto, tenemos otros privilegios porque nos preocupamos de mantener limpio y ordenado, y las pastoras nos ayudan con lo que necesitamos, pero eso no significa que no sepa lo que pasa con otras compañeras. Durante un allanamiento vi como la sargento sin ningún motivo revisó a mujeres hasta por el ano. Se habla mucho de derechos humanos, pero acá nadie los respeta”.

Ann Margaret Peña tiene 31 años y conoce bien esta realidad. Estuvo detenida por narcotráfico y hoy se encuentra en libertad intentando junto a otras mujeres reconstruir sus vidas. Juntas crearon la cooperativa Mujeres Manos Libres. Actualmente, trabaja en la feria y en su casa, y los fines de semana vende ropa en la ciudad, acompañada de su hijo de tres años.

Ann relata que una vez en libertad, “todo el sistema está hecho para ponerte más peso en la mochila cuando sales de la cárcel”. Ella tuvo que pagar más de 50 UTM para obtener su libertad condicional (cerca de 2 millones 500 mil pesos), realizar una serie de cursos a través de Gendarmería sin materiales ni implementos, y menos con la certeza la utilidad que tendrían para su futuro. Como muchas de sus compañeras tuvo que vivir el duro proceso de retomar los lazos con el exterior, aunque ella asegura que contó en todo momento con su familia y eso ha sido vital para iniciar una nueva vida, un destino muy diferente al de muchas de sus compañeras que quedaron desprotegidas, sin redes, enfrentando solas el estigma de haber pasado por la cárcel.

“Empecé limpiando los baños en el Costanera Center, luego entré a trabajar al Castaño y después a una tienda de ortopedia. Había ascendido, pero la alegría duró hasta que un compañero escuchó que yo había estado en la cárcel y a los tres días me despidieron. Desde ese día inicié los trámites para limpiar mis papeles y llevo más de tres años y medio en eso. Te piden un documento en tribunales, un timbre en gendarmería, un corchete en otro lado, y así te gana la burocracia. Es muy difícil para las mujeres que vienen saliendo, porque no hay orientación, ya perdiste todas tus redes. Si a una mujer le cuesta en esta vida, a una que está saliendo de la cárcel le cuesta el doble.”

Ann asegura que el sistema carcelario está completamente hecho para los hombres, “me tocó ser la primera mujer que entró a la cárcel de San Miguel, una cárcel de hombres que la habilitaron para mujeres en un tiempo record. Querían limpiar la imagen del incendio que había matado a varios internos. Cuando llegamos estaba lleno de urinarios. Poco a poco fui tomando conciencia de cómo vivimos las mujeres esta realidad”.

Fue así como decidió fundar junto a otras ex presas la cooperativa Mujeres Manos Libres. Tenían la urgencia de buscar sus propias alternativas para sobrevivir, pero también pensaban en aquellas que saldrán de la cárcel en el futuro. “Antes me daba vergüenza decir que estuve presa, pero ahora me empoderé. Yo del feminismo lo único que sabía era que mostraban las pechugas en la calle y para de contar. Pero desde que inicié este camino, de hacer talleres, de buscar redes entre mujeres, vi la importancia de lo colectivo, del apoyo entre nosotras. Es increíble como las mujeres saben responder a un llamado de ayuda. Nosotras en la cooperativa estamos vendiendo una rifa
para buscar fondos para comprar una máquina de coser y en el camino muchas nos han ayudado con premios o números. Manos Libres busca apoyar a las mujeres que salen de la cárcel, darle trabajo aunque tengan papeles sucios, no ponerle problemas si tienen que estar un día en tribunales haciendo sus trámites o ver a sus hijos. Apoyarnos”.

“Quiero que se sepa todo esto el 8 de marzo. Que se sepa que las chiquillas quieren cambiar, que hay circunstancias en la vida que nos lleva a estar presas. La mayoría quiere una vida distinta para sus familias y la sociedad no lo permite, te pone trabas una y otra vez. Pero nosotras también estamos dando la pelea, y hoy también vamos a marchar”.

Publicado por The Clinic