En el artículo Why do Successful Women Feel So Guilty? (¿Por qué se sienten tan culpables las mujeres exitosas?) publicado en el medio estadounidense The Atlantic, la Presidenta de Bernard College, Debora Spar, relató la visita de dos líderes empresariales –la economista Sheryl Sandberg y la abogada y politóloga Anne Marie Slaughter– a su universidad. Spar quiso detenerse, en su análisis posterior a la visita, en un punto en particular: ¿Por qué dos profesionales de ese nivel sintieron la necesidad de empezar sus discursos hablando sobre la culpa?
“Slaughter se centró en la culpa más evidente que enfrentamos las mujeres tanto al dejar a nuestros hijos para ir a trabajar como al dejar nuestros trabajos para atender a los hijos. Sandberg, en cambio, habló de la culpa que sentimos al aceptar trabajos que, algún día, podrían obligarnos a elegir”, relató Spar en el artículo. “Pero la ironía y lo triste de esto, es que dos mujeres de ese nivel de profesionalismo sientan la necesidad de hablar sobre la culpa. ¿Acaso Bill Gates se sintió culpable mientras construía Microsoft? ¿Bill Clinton se sintió alguna vez atormentado por sus fallas personales mientras avanzaba en su carrera política? Quizás sí, pero ninguno de ellos se detuvo a analizarlo frente a un público. Las mujeres contemporáneas, por el contrario, parecemos estar constantemente poniéndonos en duda. Si nos va bien, nos sentimos culpables por dejar los pasillos del poder demasiado rápido o demasiado tarde. Nos sentimos culpables por presionar demasiado o muy poco a nuestros hijos. Y por no hacer cupcakes caseros que sean lo suficientemente orgánicos y veganos”.
Y es que, como explica Spar, las mujeres nacidas bajo el alero del feminismo se han esforzado de alguna u otra manera durante toda la vida para demostrar que han recogido la antorcha que proporcionaron las feministas de las olas anteriores. “Nos esforzamos por mostrar que no les hemos fallado a nuestras madres y abuelas que hicieron posible que cumpliéramos nuestras ambiciones. Y sin embargo, estamos fallando. Porque nos seguimos sintiendo culpables”, relata. Y esa culpa, o tensión, se refleja en acciones tan sutiles –pero no por eso poco significativas– como cobrar menos por el trabajo que realizamos, incluso cuando nos destacamos en ello, o la sensación de que estamos constantemente al debe o defraudando a alguien.
Ya en 1925, Freud hablaba de la culpa que surge cuando experimentamos el éxito. En su ensayo Those Wrecked by Success (Aquellos destrozados por el éxito) planteó que las personas pueden enfermarse precisamente cuando cumplen un deseo profundamente arraigado. Casi como si no pudiéramos tolerar nuestra propia felicidad. También habló de que la culpa surge cuando logramos algo que pareciera ser ‘demasiado bueno para ser real’. Pero para las mujeres, por como fuimos socializadas y las expectativas –y exigencias– sociales en torno a lo que debemos o no hacer, esto es mucho más complejo. Que las mujeres trabajemos es una cosa, ¿pero que seamos exitosas? Porque en definitiva, como explica la psicóloga y vicepresidenta de Corporación Humanas, Victoria Hurtado, para que la mujer sea exitosa y haya llegado al lugar al que llegó, ciertamente debe haber fallado en su rol principal; el de la maternidad. Así se lo percibe socialmente.
“La culpa es lo que sentimos cuando no hacemos algo que debiéramos hacer, o cuando no lo hacemos de la manera que se espera que lo realicemos. Lo que se sigue esperando de nosotras es que seamos madres y cuidadoras, y que lo realicemos a la perfección. Esto se evidenció en la pandemia, cuando quedó claro que las que se hicieron cargo en totalidad fueron las mujeres. Entonces, para nuestra sociedad, aquella que es exitosa en su trabajo remunerado –porque no olvidemos que el de los cuidados y domésticos también son trabajo– es vista con cierta desconfianza respecto a cómo lo estará haciendo como madre”, explica.
Ejemplo de esto, como detalla Hurtado, es lo que pasó en el segundo gobierno de la ex presidenta Michelle Bachelet, cuando su hijo se vio involucrado en el Caso Caval. Ahí los comentarios apuntaron a que eso es lo que pasa cuando una madre no está en su casa. Y así con muchos otros casos, que ciertamente no se replican cuando se trata de un hombre que optó por su desarrollo profesional. Nadie dice ‘esto pasó porque no está el padre’.
Como explica la Coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés, si bien la experiencia de culpa no se puede generalizar –y ciertamente varía entre generaciones– lo que sí está estudiado es que en una cultura en la que las mujeres hemos sido históricamente relegadas y recluidas en el espacio privado, el salir al espacio público a desarrollar otro tipo de trabajo, siempre es visto como una falla. Y más aun si destacamos. “El éxito también es una construcción social y tiene que ver con la aprobación de terceros. Entonces cuando pensamos en la relación entre mujeres y éxito, nos referimos más bien a los altos niveles de exigencia a los que estamos sometidas. Los altos estándares que nos exigimos, o los altos estándares respecto a la expectativa de la respuesta de los demás. Ahí surge, por ejemplo, el síndrome de la impostora y esta idea de que nunca somos lo suficientemente buenas, o que en cierta medida somos una estafa”, explica. “Pero esto está relacionado a la idea de que tenemos que ser perfectas, entonces si lo hacemos muy bien en un área pero no en todas, tenemos un lado débil y pensamos que no somos tan buenas”.
De base, según explica la especialista, está el hecho de que nunca fuimos aplaudidas y alabadas como sí lo fueron los varones. “En esta división del trabajo, como no hicimos hazañas desde chicas, no hay condiciones para que se nos aplauda. ¿Cuánto se apoya y se celebra a las niñas realmente? Desde luego que no nos aplauden cuando hacemos el trabajo de la casa siendo mujeres, menos se lo van a celebrar a una niña. Nunca hemos sido destacadas, entonces cuando llega el éxito, tenemos todo ese bagaje”.
Y es que, como explica Hurtado, el no sentirnos lo suficientemente buenas tiene que ver con que estamos en el lugar que no es el socialmente asignado y esperado para nosotras. “Si tenemos un trabajo remunerado, no es el más relevante para nosotras, y por ende no debemos lucirnos ahí. Es cosa de ver cómo se aborda la incorporación de las mujeres en el mundo laboral, como si fuera un apoyo a la subsistencia familiar. Es un segundo trabajo. Y por eso realizarlo bien nos puede generar culpa”, reflexiona. Porque además, en una cultura altamente patriarcal y judeo cristiana, la culpa pasa a ser un dispositivo de control y parte fundamental de la experiencia vital de las mujeres. Porque es, como decía Freud, uno de los diques fundamentales para la represión.
Sin embargo, según las especialistas, esto está cambiando. En la encuesta Percepción de las mujeres sobre su situación y condiciones de vida en Chile, realizada en 2019 por Corporación Humanas, frente a la afirmación ‘una madre que trabaja establece una relación tan cercana con sus hijos como una que es dueña de casa’, más del 65% dijo estar de acuerdo. Y frente a la afirmación ‘los hombres deben trabajar y las mujeres quedarse en el hogar’, solo un 15% adhirió. Aun así, como explica Hurtado, a nivel social el trabajo remunerado sigue siendo visto como secundario para las mujeres.
“El avance como colectivo es celebrarnos entre nosotras. Si no lo hacemos nosotras, de verdad que ese apoyo no existe. Pero mi impresión respecto a las generaciones más jóvenes es que eso están haciendo, versus las luchas de mujeres de las generaciones anteriores que eran individualistas y aisladas. Las jóvenes de ahora no tienen miedo y trabajan en equipo. Esa culpa de la que hablamos también puede estar entrelazada con la experiencia del miedo”, concluye Valdés.
Publicación en Revista Paula