Por Catalina Ellies

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José Andrés Murillo (41) fue uno de los denunciantes del caso Karadima, -junto a Juan Carlos Cruz y James Hamilton- que en 2010 hicieron estallar en la esfera pública una de las historias más horrendas de abuso sexual al interior de la Iglesia Católica en Chile. Murillo es filósofo y ha volcado sus esfuerzos en trabajar desde cerca este tema. Ese mismo año creó la Fundación Para la Confianza, donde atiende a personas sobrevivientes de abuso sexual. Ha escrito dos libros en torno a esto: Confianza lúcida (2012), donde describe, desde la filosofía, su manera de enfrentar el abuso y la ruptura de la confianza y Azul (2016), un libro infantil sobre la empatía y las dificultades que sufre y experimenta una niña o niño producto de esto.

En 2003, presentó una de las primeras acusaciones por abuso sexual contra el ex párroco de El Bosque, Fernando Karadima, pero en esa época el Cardenal Francisco Javier Errázuriz no sólo no le creyó, si no que ocultó esa información. “Errázuriz no creyó porque no le convenía, porque había mucha gente que hablaba bien del agresor y era casi un santo, y nosotros teníamos mucho menos poder. Uno lo piensa mil veces antes de “acusar”, porque si no te creen todo es mucho más difícil. Si te pegan un combo y te dejan el ojo morado es mucho más evidente, pero el abuso sexual, salvo que sea una violación con mucha violencia, que es en el 5% de los casos, no deja huella física, pero es una violencia tremenda y muy profunda que marca por dentro. Una vez alguien me dijo que creía que una persona víctima de tortura sufre menos, porque sabe que está siendo perjudicado y aquí cuesta verlo porque viene de alguien que se supone te está cuidando”, explica.

Cuando no le creyeron, Murillo buscó apoyo y le contó a su núcleo más cercano. “Romper con ese silencio fue muy sanador. Tuve una decepción tremenda con la Iglesia, sentía mucha culpa, rabia, soledad y por sobre todo confusión, se invierten los planos e incluso dudas de tu noción de la realidad, es tan imposible lo que estás viviendo que llega a ser esquizofrenizante”, explica.

Siete años después de las primeras conversaciones extraoficiales de Murillo sobre esto al interior de la iglesia, el caso llegó a la justicia y el abogado defensor fue Juan Pablo Hermosilla. “Él tomó nuestro caso, porque lo vio como un tema de derechos humanos y eso fue central. Karadima hizo un “trabajo” con nosotros y el entorno para conseguir nuestro silencio durante y después del abuso. Lamentablemente, cuando logramos madurar el tema y denunciar, el delito ya estaba prescrito, como pasa en la mayoría de los casos”.

La importancia de la no prescripción de los delitos sexuales

El promedio de edad de abuso sexual en Chile es entre los 8 y 10 años. Se trata en el 84,7% de niñas y adolescentes que sobreviven a este tipo de violencia, según datos del Poder Judicial. La develación de estos abusos tarda cerca de 16 años, en los que se carga con este silencio; tiempo en que estos delitos prescriben. Murillo hace hincapié en la importancia que tiene que la legislación se modifique en este ámbito. “Se debe tomar en cuenta lo que cuesta para las víctimas tomar conciencia, por la manipulación, y empezar a hablarlo. Estoy totalmente a favor de que esto no prescriba, no por un tema de perseguir y perseguir, sino por las características que tiene el abuso sexual infantil, donde el abusador busca las circunstancias para llevar a cabo estos delitos que cotidianamente no son perseguidos porque prescriben y se impone la impunidad”.

En un 95% de los casos el agresor conocía a la víctima o era parte de su círculo cercano, en un 48% era parte de la familia, un 20% del colegio, barrio o parroquia. “Lamentablemente este tema vive de su silenciamiento y el Estado no le pone la importancia que debería porque no le conviene. La mayoría de estos victimarios, por sus características psicológicas, narcisismo maligno, perversión; son capaces de utilizar el poder para someter y manipular a otro y exponerlo a una de total indefensión”, recalca.

Según cifras del Ministerio Público, 1 de cada 25 casos se denuncia y de ellos sólo un 11% llega a sentencia. Murillo reflexiona sobre esto y plantea que hay una situación muy adversa para las víctimas. “No pueden hablar y cuando lo hacen no son escuchadas. Nos llegan muchísimos casos en que menores de 3 o 6 años lo dice y las mamás, papás o profesores lo silencian, también trabajamos con personas mayores de cuarenta años que nadie nunca escuchó o que no les creen porque a veces esto es increíble y se quiere no creer y que esto no haya sucedido y no haya sido real, pero lo fue”.

De estas forma insiste en los derechos que tiene la víctima en ser reconocida como tal. “Creo que esto, en los casos de abuso sexual es fundamental porque el agresor logra manipular tanto, que la víctima se siente culpable y responsable del abuso. La amenaza, la vergüenza y la dependencia, están en la base del silenciamiento que dura años. Hay un derecho de la sociedad para defenderse, prevenir y decir que algo es inaceptable y que eso se manifieste en un castigo, pero si ya está prescrito, no hay forma de manifestarlo desde el Estado. Acá se está garantizada la impunidad para el agresor y la falta de justicia para la víctima. El victimario también tiene derecho a que se le juzgue y que mediante la sentencia comprenda que lo que hizo es inaceptable y que no pueda volver a hacerlo y que salga de circulación”, declara.

El filósofo cree que para incentivar que las víctimas denuncien deben haber campañas mucho más activas, que se centren en el poder y no sólo en lo sexual. “En general se ve al abuso como un problema de sexualidad y no como un problema de abuso de poder. Cuando uno mete el problema del poder estás cuestionando todo; los derechos de la infancia, cómo actúa la policía, los tribunales de justicia, la familia y ese es el problema: preferimos que el abuso sexual sea una especie de relación con una niña o con un niño, que violencia y abuso de poder que se manifiesta sexualmente y, esto, se previene haciendo justicia. Cualquier delito tiene un rango de tiempo para ser perseguido por las características que tiene, pero este tiene la particularidad de imponerse silenciosamente, a través de toda esta asimetría en la cual una persona que tiene más poder, impone no sólo la corporalidad y sexualidad, sino que también el silencio. Hay violaciones entre pares también, pareciera que en el imaginario colectivo una violación es que salte un tipo atrás de los matorrales, te agarre y te viole, pero hay violaciones entre parejas, amigos y el tema principal es el consentimiento, todavía no se problematiza bien esto, pareciera que es complicar demasiado la cosa. Si no hubo fuerza igual puede no haber habido consentimiento”.

Violencia sexual y su banalización parlamentaria

La experiencia de violencia sexual de Murillo le permite empatizar desde la misma vereda con las niñas y mujeres que viven o han vivido violencia sexual, que tiene como consecuencia un embarazo forzado producto de violación. De ellas, dos tercios son menores de 18 años, mientras que el 12% tiene menos de 14 años y el 7% menos de 12 años. Para él, la violencia sexual es “toda situación en la que por una asimetría de poder hay una persona o un grupo, que a través de la manipulación, fuerza física, engaño y seducción hace que otro haga cosas que no está en condiciones de comprender, consentir o de negarse”.

Considera que la prohibición del aborto por violencia sexual es otro tipo de violencia más. “La obligación a parir de una mujer, es una violencia tremenda, que es consecuencia de la violencia sexual, por eso, de todas maneras apoyo la despenalización en el caso de violación y de las otras dos causales también”.

Si bien las encuestas muestran un apoyo de la ciudadanía por sobre el 70% para las tres causales, dentro de los parlamentarios la causal de violación ha concentrado las principales objeciones, como ocurrió en la votación del proyecto en la Cámara de Diputados respecto a la puesta en duda de la veracidad de los testimonios.

“Se está banalizando la situación y con esto se están pasando a llevar los derechos de las mujeres y en especial de las niñas y adolescentes. Es una estupidez que no le crean a alguien que ha sido violada. Nadie tiene derecho a cuestionar a otra con algo tan delicado, ¿por qué hacerlas pasar por un proceso denigrante? La cantidad de revictimizaciones que producirías en este proceso es mucho mayor que el porcentaje de personas que podrían mentir y habría mucha más retractación en la denuncia. Además se infringiría un sufrimiento tan grande que no tiene sentido hacerlas pasar por esto”. José Andrés Murillo tiene esperanza de que esta causal sea aprobada y que primen los derechos de las personas, de las mujeres que sobrevivieron a los abusos, que han sido atropellados de una manera drástica e irreversible.