Comentario de “Botitas Negras en Calama” de Lilith Kraushaar de Editorial Ceibo: Género, magia y violencia en una ciudad minera del norte de Chile.

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Irene Iturra, la mujer de las botas negras, la policía, el juez, la iglesia, los medios de comunicación y probablemente Jorge Burgos si hubiera estado presente, aprovecharon su asesinato para condenarnos en la prostitución y anexada a ella, en la delincuencia. Mientras el pueblo identificado con Irene exigía justicia, no la juzgaba, se espejeaban en la desigualdad. Campamentos mineros en que existen hasta hoy las diferentes castas, clases, los A, los B, los E….dónde hasta hace poco cuando Chuquicamata estaba arriba el colegio era sólo para los hijos de padres A. Fácil imaginarse cómo sería esta segregación en los 60 y 70.

Un campamento minero que promueve en el discurso la familia perfecta, monógama pero que impide en la práctica su materialización, y a la vez asume, como obvio, que los mineros tienen “necesidades sexuales” que hay que satisfacer por lo que no se cuestiona la gran presencia de prostíbulos y prostitutas en Calama a donde bajan los “viejos” en busca de compañía. Ello es provocador de una tensión permanente. Paralelamente algunas de las mujeres casadas tienen sus amoríos cuando sus maridos están durante 7 días corridos en la mina. Patas negras, botas negras por todas partes. Pero básicamente las mujeres son las deseables dueñas de casa que esperan la llegada del hombre, del dinero que a veces llega mermado porque estos pasan antes por los prostíbulos. Es por ello que algunas mujeres suben el día del pago.

Mujer “asilada” (recluida, albergada, acogida, protegida, refugiada) de prostíbulos, mujer de vida nocturna, amante del ambiente bohemio, mujer de amantes ocasionales y de un compañero más permanente, un hombre celoso. Irene, un pez difícil de atrapar, de encerrar, que al parecer disfrutaba de su sexualidad, de ser coqueta, de recibir regalos, la Botitas Negras es una mujer que lo pasa bien, que tiene amigas que la protegen, al menos las del ambiente. Las otras la defenderán después de muerta, justificaran y apoyaran su modo de vida, se identificaran en la violencia ejercida contra ella. En los campamentos mineros la violencia de género, la violencia sexual es una constante que gira en redondo ya que no hay dónde acudir, no hay sanción, se aguanta, se calla, hay niños que alimentar, y se sabe que habrá días de descanso, por el sistema 7×7, entonces, hasta la próxima vez. Botitas Negras de alguna manera logra tener una vida, ha tenido coraje y lo ha pagado con una muerte atroz, descuartizada.

Irene, Marcela, Marcelita La Rubia, la Nena, María, María Villalobos, la Hilda: “loquita, que le gustaba salir a la calle, coqueta, mujer fácil, liberal, de carácter fuerte, de apetito sexual insaciable”, deja su huella por Concepción y Chillan recalando en Calama. Tenía y buscaba poder sobre la masculinidad, en la sexualidad de los clientes y en la de los amantes, poniéndolos a prueba, una pequeña parcela de poder.

Ella con su conviviente aparentaba lo que se esperaba de ella, una vida de dueña de casa, a la hora que él llegaba ella ya estaba en el hogar, ella cumplía con sus labores de dueña de casa y él de proveedor, y con sus amantes ocasionales se mantenía dentro de horarios que no afectaran este ritmo de “vida marital”, todo ello sin cuestionar que su conviviente fuera un hombre casado. Cuándo ella viaja le avisa a su conviviente, no contándole que va a prostíbulos, y que tiene amantes, es por ello que cuando desparece este se preocupa. Un hombre muy celoso y amenazador, que la acusaba constantemente de tener a otro, aparece como un hombre preocupado dispuesto a entregarle su libertad cuando ella aparezca. Pero ella aparece muerta, y nunca se supo quién la asesinó. ¿ Fue su conviviente? ¿Fue un amante rechazado? ¿Fue un grupo de control moral? Un castigo inolvidable para quienes saben de cómo quedó Irene, la suelta, la prostituta.

Este castigo, este acto de violencia, un acto de sanción moral lleva un mensaje para las mujeres, pero no sólo para aquellas de vida fácil, las mujeres independientes, las que se la pueden solas, sino que es una amenaza para cualquiera mujer que lo intente. Es el pavor a la liberación, a la emancipación de la sexualidad de las mujeres. El placer de las mujeres se ha invisibilizado y que sólo se le conoce y acepta como construido para otros, al servicio del placer del hombre, no para sí misma, e Irene es entonces una transgresora, una pecadora. La prostituta es la culpable de todo, el cliente no, el sólo es un ser que tiene una necesidad sexual que debe satisfacer, sabemos los casos de las mujeres que utilizó Japón en la II guerra mundial las llamadas “Mujeres de Consuelo” que fueron alrededor de 200.000 esclavas sexuales y en Guatemala en 1982 , la conformación del destacamento de Sepur Zarco que consistía en ofrecer a los soldados periodos de descanso y recreo cuyo componente básico era mantener relaciones sexuales con mujeres mayas de la pequeña comunidad indígena de etnia q’eqchi. Entre las obligaciones forzadas y gratuitas de estas mujeres estaban además de la esclavitud sexual, la doméstica (hacer la comida, lavado de los uniformes de la tropa, etc). Es decir la mujer es un objeto que debe estar a disposición de otro, la liberación de las mujeres asusta. Perder el control sobre ellas es desconocimiento de mí mismo, que soy como hombre sino puedo controlar a una mujer a mi mujer, mi masculinidad, nuestra masculinidad está en entredicho cuando las mujeres hacen lo que quieren. Al parecer Irene hacía lo que quería, no por dinero, sino por deseo de pasarlo bien, por deseo, por goce.

Sin embargo para el pueblo Irene fue engañada, “una débil mujer burdamente engañada” por un chacal, por una bestia asesina, un monstruo con un apetito sexual incontrolable, una Irene ingenua por una parte, y por otra la transformación del femicida en algo, alguien fuera de lo común, “feroz homicida” “Sádico sexual” no reconociendo las estructuras patriarcales que justifican el asesinato por celos, por exceso de alcohol o por un castigo que enseñaría a una mujer a mantenerse en línea. Es decir como bien explicita la autora este chacal, este monstruo deja fuera a la mayoría de los hombres del campamento, a los conocidos que no son enfermos ni psicópatas ni delincuentes. Y muestra a la mujer como un ser vulnerable en sí misma, no como vulnerabilizada por estas estructuras.

Las botas negras, ella las usaba cuando nadie las usaba en el ambiente, ella siempre las llevaba, gracias al brillo de sus hebillas se encontró el cuerpo, las tenía tan adheridas que fue enterrada con una de ellas puesta…así se construye el culto a las Botas Negras, que en vez de ser su condena, fueron el elemento que la transformó en mágica, en animita que cumple deseos, en especial a las mujeres que hoy trabajan en el ambiente, desde el amor romántico, pasando por la salud, el dinero hasta la protección. Era una mujer del pueblo, joven, que sufrió la desigualdad, que tuvo que buscarse la vida, como cualquiera del pueblo. No es vista como víctima de un hombre, de un vecino, de un minero, lo fue de un sistema opresor.

Cómo no pensar en Nabila Riffo por estos días, que fue encontrada en la vía pública violada, con el cráneo destrozado y que quizás se habría transformado en animita si hubiera muerto como sí ocurrió con Petronila Neira, animita laica víctima de femicidio en Concepción en octubre de 1910: “Ayer en la mañana, poco después de las 10 y media, una mujer que lavaba notó que flotaban en las aguas dos pies calzados, era Petronila Neira una costurera de 20 años, maltratada cotidianamente por su conviviente, Arturo Retamal. Éste junto a un cómplice, Pedro Carrillo, la degollaron a orillas de la Laguna Redonda. Envolviéndola en un saco con piedras la arrojaron a las aguas y trataron de hacerla desaparecer. Nunca se conoció muy bien el móvil del homicidio y poco se sabe del martirio que sufrió la víctima antes de morir en manos de sus dos asesinos. Lo misterioso de este asunto es que a pesar de que sus homicidas trataron, a lo que diera lugar, de hacerla desaparecer, el cuerpo de Petronila salió a flote días después, lo que fue considerado por el pueblo de Concepción como un milagro.

Finalmente quisiera resaltar la contraposición del culto laico del pueblo, a la Botitas negras, con las Santas impuestas, por la iglesia católica por ejemplo:

Día 21 de enero
Memoria de santa Inés, virgen y mártir, que siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe, y consagró con el martirio el título de la castidad.
Día 22 de enero
En Junín de los Andes, en Argentina, beata Laura Vicuña, virgen, que para obtener la conversión de su madre, a los trece años ofreció a Dios su vida. (1904)
Día 5 de febrero
Memoria de santa Águeda, virgen y mártir, que en Catania, Italia, siendo aún joven, en medio de la persecución mantuvo su cuerpo incontaminado y su fe íntegra en el martirio, dando testimonio a favor de Cristo Señor. (c.251)

La mujer viva del pueblo versus la mujer inmaculada exigida por el patriarcado de moral judeo cristiana, o santas o putas.

Fuente: El Desconcierto