Hay una serie de factores que inciden en la baja de la participación laboral femenina en tiempos de crisis, pero para entenderlos no se puede dejar de abordar los que históricamente han afectado la situación laboral de las mujeres. Y es que, como explica la Directora de estudios de ComunidadMujer, Paula Poblete, somos las más perjudicadas frente a una crisis económica porque la enfrentamos desde una posición de desventaja.
Previo a la pandemia, de las mujeres que estaban insertas en el mercado laboral, un 60% se concentraba en cuatro ramas de actividad: el comercio, la enseñanza, los servicios sociales y de salud, y el trabajo de casa particular. Cuatro sectores que justo son los más afectados en una crisis como la que estamos viviendo. “La cuarentena cierra el comercio y eso deja a muchas mujeres sin trabajo o con sus contratos suspendidos. También cierra las casas, por lo que muchas trabajadoras de casa particular quedaron sin su fuente de ingreso y sin protección social, porque la mitad de ellas trabaja de manera informal. Las que sí siguieron trabajando, se han visto con una sobrecarga impresionante. Y para qué decir el sector salud, en el que tres de cada cuatro son mujeres”, explica Poblete.
Según la especialista, la definición económica de desempleo tiene que ver con aquellos que no están trabajando de manera remunerada, pero que están buscando trabajo. Si no lo están buscando, no son desempleados o cesantes. Sino que inactivos. ¿Qué pasa en un contexto de crisis? Muchas personas dejan de buscar empleo porque simplemente no se puede. Entonces, las cifras de empleo no crecen como eventualmente sí podrían crecer en relación a la cantidad de personas que ha perdido su trabajo, sino que crecen los niveles de inactividad. “La tasa de inactividad es, en ese sentido, el inverso a la tasa de participación laboral. Previo a la pandemia, la tasa de participación femenina estaba casi en un 53%, por lo tanto la de inactividad era de un 47%. Ahora que la tasa de participación está en un 46,1%, la de inactividad es de un 54%”, explica.
Tanto o más preocupante que el aumento en el desempleo, según Poblete, es la caída en la participación laboral de las mujeres, porque si hay algo que han dejado claro las otras crisis económicas es que la mujer tarda mucho en reincorporarse al mercado laboral. “Muchas, incluso, puede que no vuelvan. La reclusión en el hogar y la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidado finalmente las deja ahí. Esto es un retroceso que en términos estadísticos es de 10 años. Estas son las cifras que veíamos en 2010, y por eso es fundamental que se impulsen medidas y políticas públicas con enfoque de género, para que no seamos las grandes perdedoras”.
Lo que se ha podido ver en Europa, según los especialistas, es que en la medida que se han ido levantando los confinamientos, han empezado a abrir los locales comerciales y los empleadores han exigido a sus trabajadoras y trabajadores que vuelvan. Pero si los colegios, jardines, guarderías y salas cuna no han vuelto a abrir, muchas de las mujeres se han visto obligadas a renunciar, pedir permiso sin goce de sueldo o recurrir a sus padres, en muchos casos parte de la población de riesgo.
Constanza Schönhaut, abogada de Corporación Humanas, explica que uno de los principales factores que incide de manera estructural en que los trabajos de las mujeres sean mayormente precarizados –y, en consecuencia, que las mujeres se vean mayormente afectadas en las crisis económicas– tiene que ver con la producción y reproducción de estereotipos. Estos, según explica, parten en el núcleo familiar y en la socialización primaria de los géneros, pero después se reproducen en el colegio y eventualmente terminan manifestándose en la oferta laboral.
Y es que todo aquello ligado a lo femenino es menos valorado socialmente que aquello que se suele asociar a lo masculino. “Lo femenino está mucho más relacionado a las labores de cuidado de otros, de limpieza, del sector de servicio y comercio. Mientras que lo masculino tiene que ver con la economía, el sector público, la ciencia y la tecnología. En ese sentido, se va construyendo una segmentación horizontal y una vertical, que tiene que ver con que los hombres están en lugares de mayor jerarquía y las mujeres en posiciones de subordinación. Esa es la división sexual del trabajo”.
En 2016, la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) reveló en un estudio que solo el 23% de los empleadores en Chile son mujeres. A diferencia, por ejemplo, del servicio doméstico en casas particulares, realizado en un 97% por mujeres. A su vez, según el Ranking de Mujeres en Alta Dirección de 2018, elaborado por ComunidadMujer, de los 327 puestos de directorio en las empresas IPSA –aquellas que tienen mayores montos transados en la Bolsa–, solo 21 fueron ocupados por mujeres. En las empresas del Sistema de Empresas Públicas, en cambio, de los 100 puestos de directorio, en 38 habían mujeres.
Según Schönhaut, la máxima expresión de la precarización laboral femenina tiene que ver con el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, que en estos meses de crisis sanitaria se ha evidenciado. “Como bien dijo la feminista Silvia Federici, para algunos es amor, pero es un trabajo no pagado”, asegura.
En este escenario, las mujeres son las que quedan mayormente expuestas y menos protegidas en situaciones de riesgo. Y las razones, según explica Schönhaut, son las siguientes: “En primer lugar está el hecho que las mujeres habitan más la pobreza que los hombres. Hay más mujeres en el primer y segundo quintil y más hombres en el quinto. Segundo, las mujeres habitan más la informalidad laboral, ya que cerca del 30% trabaja de manera informal. Tercero, la segmentación horizontal supone que hay sectores que se vean más impactados por la crisis y en general esos son sectores en lo que trabajan las mujeres: de servicio, cuidados, comercio o turismo. Y, por último, la feminización del trabajo no remunerado implica que frente a la crisis sean las mujeres las primeras que tienen que volver al hogar a sostenerlo”.
Si a esto le sumamos la sobrecarga que han tenido que asumir en estos meses de crisis sanitaria, en los que, según la última encuesta realizada por la Mutual de Seguridad y Cadem, un 42% dijo que el teletrabajo se les hacía más difícil que trabajar fuera de la casa por la dificultad en compatibilizarlo con las tareas del hogar, se da paso a una situación crítica. Porque como señala Andrea Bentancor, académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Talca: “la situación es particularmente grave en el caso de las jefas de hogar que sin alternativa de cuidado se retiran del mercado. Pero a esto se le suma que las mujeres que sí están teletrabajando no están pudiendo desempeñar al máximo nivel de productividad, porque están extremadamente sobrecargadas”.
Por eso, Constanza Schönhaut destaca la importancia de reformular la economía hacia una economía de cuidados más que una basada en el mercado. “La economía de los cuidados no solo evidencia la división sexual del trabajo y el carácter patriarcal de la estructura laboral, sino que además permite reconocer el valor del trabajo doméstico no remunerado y pensar en un nuevo pacto laboral que suponga tiempo de calidad para los cuidados. Es importante plantearnos un sistema nacional de cuidados en el que estas tareas se consideren parte de la economía productiva. Solo así podremos avanzar hacia una corresponsabilidad dentro del hogar, pero también estatal, empresarial y de mercado”.
Por Revista Paula