A finales del año pasado la científica de Tucumán, Carmina Pérez Bertolli, fue reconocida por la Asociación Física Argentina por haber realizado la mejor tesis de grado –en esa materia– de todo el país. Con apenas 27 años, había sido la ganadora del premio denominado Luis Másperi, pero los comentarios en Twitter parecían apuntar a otra cosa. Y es que, cuando se dio a conocer la noticia, no faltaron los comentarios objetivizantes en detrimento de su logro profesional, como si su éxito se debiera únicamente al hecho de calzar con los cánones de belleza hegemónica.
A lo que ella respondió en el medio Página 12: “Si yo hubiera sido un pibe, no hubiera recibido todo este tipo de comentarios. Me parece que no alcanza con que tengamos los puestos, los títulos ni las distinciones. A ninguna mujer se le debe faltar el respeto bajo ninguna circunstancia y nuestra imagen no es algo que los hombres tengan que evaluar. No somos el objeto de evaluación de nadie. Exigimos que se nos respete, hagamos lo que hagamos y tengamos la imagen que tengamos”.
Y es que efectivamente, a la lista de exigencias y expectativas sociales atribuidas de manera impuesta a la mujer, ciertamente está –como bien dice Carmina– nuestra apariencia física. Y en esto existe una doble discriminación: Si bien calzar con los cánones impuestos de belleza puede abrir muchas puertas y facilitar la vida en varios aspectos, en el caso de las mujeres, como explica la doctora en psicología e investigadora Carolina Aspillaga, también existe una escisión. “Cuando hablamos de belleza hay que entender que los estándares son culturales e históricos, y que en nuestra cultura la belleza hegemónica está asociada al éxito, pero en el caso de las mujeres, pareciera que ser bonita es antónimo de ser inteligente. Como si ambas no pudiesen coexistir. Ésta es una discriminación más que vivimos”, explica. “Y tiene que ver con los estándares que nos ponen y la imposibilidad de lograrlos”.
Porque en definitiva, como explica la especialista, la discriminación es igual en cualquier caso; si nos preocupamos por la belleza física, somos consideradas superficiales. Pero a su vez, si no nos preocupamos de nuestra apariencia, somos percibidas como descuidadas o poco femeninas.
A esto se le suma que la mujer que triunfa profesionalmente siempre va ser cuestionada, porque ese no ha sido el lugar que históricamente nos ha pertenecido o correspondido, y por ende nuestro éxito suscita sospecha. “Por eso está la idea de que algo tuvo que hacer esa mujer para estar ahí, ya sea tener contactos o pasar por encima de otras personas. Siempre, independiente de nuestro aspecto físico, se va tratar de justificar nuestro triunfo con otra cosa; somos exitosas pero porque nos casamos con tal, o porque fuimos malas madres o malas esposas. Y en el caso de las mujeres hegemónicamente bellas, porque se acostaron con alguien o simplemente porque están ahí de adorno”, explica Aspillaga. “Y si bien la vida es más fácil siendo hegemónicamente bella, también es desgastante tener que demostrar constantemente que eso no determina tu intelecto”.
Como explica la socióloga de Corporación Humanas, Pía Guerra, en una país tan tradicionalista como Chile, sigue reinando la idea de que la mujer no es capaz ni apta para desarrollar cierto tipo de actividad intelectual. “A esta segregación hay que sumarle la división sexual del trabajo, que establece que la mujer está relegada a los trabajos domésticos y de cuidado y el hombre al espacio público, y a poder desplegarse, desarrollarse y auto realizarse libremente. Al final, es una discriminación que se ve reforzada por el mismo marketing y la publicidad, y de ahí surgen expresiones como ‘es más que una cara bonita’, como si fuera imposible que las mujeres sean ambas cosas. Pensemos en Marilyn Monroe en los años 50; nadie hablaba de su inteligencia y nadie se cuestionaba qué opinaba o qué quería decir. Estaba en la categoría de bonita y listo. Y lamentablemente, eso sigue pasando”, explica.
Según datos del Ministerio de la Mujer, en el 2018, del total de matrículas en rubros relacionados a las matemáticas y la ingeniera, solo el 25% correspondían a mujeres. A su vez, en el 2010 la doctora en psicología y académica de la Universidad Diego Portales, Francisca del Río, se percató de que en las pruebas estandarizadas que se aplicaban en el país, a los niños les iba notoriamente mejor que a las niñas en matemáticas. Se preguntó a qué se debía esta brecha y junto a las investigadoras Katherine Strasser y María Inés Susperreguy, de la Universidad Católica, empezaron un estudio cuya primera etapa consistió en preguntarle directamente a los niños y niñas cómo percibían ellos sus habilidades en las matemáticas y a qué género asociaban las distintas asignaturas. Se develó que la mayoría vinculó las matemáticas con el género masculino y las letras con el género femenino, y que en esa vinculación jugaba un rol fundamental el autoconcepto y la autopercepción; en creerse buenos y buenas estaba la clave, y eso a su vez estaba explicado por el autoconcepto que tenían de sí mismos sus padres.
“Es cosa de ver que en los colegios técnicos que tienen oficios como secretariado, contabilidad y párvulo, solo hay mujeres. En cambio en colegios técnicos que tienen oficios como mecánica y eléctrica, la población es masculina. Eso provoca, en parte, lo que le pasó a Carmina. Fue galardonada por sus tesis, pero inmediatamente cuestionada y catalogada. Como si fuera increíble que una mujer, que además calza con el canon de belleza impuesto, pudiera ser inteligente. Como si lo físico validara o no el logro”, postula Guerra.
El problema, como explica la especialista, es que son muchas las empresas que perpetúan esta lógica y que creen que para ciertas labores solo sirven mujeres de cierta apariencia física. “Este tipo de filtros, que se siguen realizando, son fatales y contraproducentes, porque generan un ambiente de competencia. Inevitablemente la sociedad a nosotras nos enemista y nos moldea en una lógica competitiva entre nosotras”. La trampa, según explica Aspillaga, es que hagamos lo que hagamos, nunca pareciera ser que somos suficientes. “El problema es que vamos interiorizando estos estereotipos y pensamos que no pueden cohabitar en nosotras más de una característica. Pero eso no es así, y no tenemos porqué hacer una elección. Nos podemos vestir o actuar de la manera que queramos y eso no determina otros aspectos”.
A eso Guerra le agrega que las mujeres no tenemos porqué responder a todo lo que se nos exige; “Además de ser inteligentes, buenas madres, buenas hijas, buenas parejas, buenas trabajadoras y estudiantes, tenemos que ser lindas, o hegemónicamente lindas, y cumplir con un canon de belleza occidental europeo, que no se condice con la realidad latinoamericana. Como sociedad entonces nuestra tarea es trabajar en que esto deje de ser un factor de importancia”.