Y es que mucho se ha hablado sobre ser aliados, incluso respecto a la terminología en sí, que en muchos casos permite que los implicados terminen siendo, valga la redundancia, solamente aliados, sin estar realmente comprometidos. Pero, ¿qué significa serlo, independiente de que crear una guía absoluta puede ser ilusorio?
La socióloga de Corporación Humanas, Pía Guerra, explica que para ser aliados hay que asumir un compromiso con la lucha en contra del sistema de dominación actual y la desigualdad que genera, pero sobre todo sin la pretensión de recibir un aplauso o reconocimiento de vuelta. “Ahí es donde muchos hombres bordean la arrogancia y la soberbia; en querer que se les reconozca la lucha por la igualdad cuando en el fondo han sido artífices y parte del problema”, reflexiona. “Para ser un real aliado, hay que agachar el moño, hacerse a un lado y escuchar a las mujeres y a las disidencias. Pero eso sigue siendo, en muchos casos, un golpe al ego; siguen habiendo hombres que se sienten minimizados y amedrentados cuando una mujer tiene un puesto más alto, mejores oportunidades o mejor salario. Es una inseguridad que tiene que ver con mantener el statu quo”.
En ese sentido, ser un aliado tiene que ver con costumbres y prácticas cotidianas. Porque en el fondo, si bien el primer paso tiene que ver con la introspección, el cuestionamiento, la evaluación y la concientización respecto a la postura de privilegio –”entrar en una metanoia en la que todo está en suspensión” como plantea la especialista–, el segundo paso es materializar todo ese cuestionamiento en actos. “No es hacer propia la causa, ni tampoco que se vanaglorien demasiado, porque eso tiene que ver con ansias por establecerse como relevantes. Es, en concreto, romper el pacto de silencio en los grupos de amigos; dejar de proteger a los que tiran tallas sexistas; dejar de encubrir denostaciones y discriminaciones; o, por ejemplo, si uno ve que un compañero está incurriendo en una práctica machista, evidenciarlo y no guardar silencio”, explica. Porque la inacción también legitima.
A esto se le suma que lo recomendable sería empezar a informarse, no solamente por redes sociales, y conversar con los pares. “Como género históricamente dominante hay que darse cuenta que ellos también pueden ser parte de labores que han sido feminizados y pueden tener una participación activa e igualitaria. No hay que naturalizar que porque fueron criados de una manera, eso esté bien. Ellos pueden lavar, ordenar, secar, cocinar. No tienen la urgencia de hacerlo en sus cabezas, pero eso no significa que no puedan tenerla. No es cambiar la esencia, es cambiar la actitud”.
Es ese cambio de actitud el que finalmente permite que se genere una transformación interna profunda. Todo lo demás, es quedarse en un espacio cómodo, en el que se cambia pero de manera adaptativa, y no a modo de quiebre con las estructuras imperantes. Porque como explica Miguel Lorente, médico forense español y especialista en violencia de género, el decir que se es aliado ha permitido también que los hombres sean cómplices o acompañantes, pero sin ser parte. “El feminismo no pretende alcanzar objetivos, sino que transformar la realidad, entonces junto a eso el hombre también tiene que transformarse. No se busca únicamente paridad en las empresas o que se acabe la violencia de género, se busca crear una cultura que tenga como referencia la igualdad en lugar de tener una cultura androcéntrica como la actual”, explica. “Bajo la noción de la alianza, es fácil quedarse en una zona cómoda y formar parte de un discurso políticamente correcto y de una presencia pública adecuada, pero sin cuestionar la masculinidad y lo que da lugar a eso”.
La referencia, como explica el especialista, surge del propio feminismo como una posición para mantener al hombre a cierta distancia por miedo a que lleguen y ocupen el lugar protagónico, y eso se entiende y es positivo. “Es sumamente prudente que los hombres estemos apartados, pero lo problemático es cuando eso da paso a que muchos adquieran una postura de confort y de comodidad, de acompañar pero sin cambiar. Permite, en algunos casos y cuando no se está comprometido, una especie de escenificación de lo que es el acompañamiento. Cuando lo que realmente hay que saber es que si no haces nada para acabar con la realidad que existe, estás contribuyendo a que se mantenga”.
El rol de los hombres, como dice Lorente, no es inventar nada. “Lo ha inventado el feminismo y los hombres no tenemos que buscar nuevos escenarios ni reflexiones. Tenemos que integrar las del movimiento feminista a nuestras circunstancias y llevar a cabo un proceso transformador”.
Y nunca es tarde para hacerlo. Como precisa Guerra, si se quiere ser un aliado realmente, quizás hay que percatarse que no estamos en un momento histórico social para seguir reproduciendo los sistemas de dominación. Y eso tiene que nacer de manera voluntaria, porque si es impuesto se puede generar resistencia. “Si los hombres no se hacen conscientes de que su privilegio de género contiene muchas prácticas que van en contra de la libertad y autorrealización de las mujeres, aunque se lo digan, lo único que van a ver como feminismo es querer meterse en nuestras marchas o acompañar a la polola para protegerla. Y ser aliados realmente, más que con el discurso o la declaración, tiene que ver con actos”.